29 de julio de 2025

Bolivia, subcampeona mundial de la corrupción e injusticia

Detalle

Bolivia es el país más corrupto de la región y el segundo a nivel global, según el más reciente Índice de Estado de Derecho del World Justice Project (WJP), publicado con datos de 2024.

El estudio analizó un total de 142 países y jurisdicciones para evaluar la situación del Estado de derecho a través de ocho factores principales, que incluyen restricciones a los poderes del gobierno, ausencia de corrupción, gobierno abierto, derechos fundamentales, orden y seguridad, cumplimiento normativo, justicia civil y justicia penal.

Dentro del indicador «Ausencia de corrupción “, Bolivia se posicionó en el puesto 141 de los 142 países evaluados, solo por encima de la República Democrática del Congo. El país sudamericano obtuvo 0,23 puntos en este factor, lo que representa una caída de cuatro posiciones respecto al anterior informe del WJP.

Frente a esta evidencia, el gobierno boliviano optó por la negación más burda: desacreditar el informe por provenir de una “ONG”. Como si el origen del documento bastara para invalidar lo que ya es evidente en las calles, en los juzgados y en las cárceles. Como si el hecho de que millones de bolivianos enfrenten sobornos, extorsiones, sentencias vendidas y un acceso desigual a la justicia pudiera ocultarse con una frase defensiva. La ministra de Justicia no ofreció cifras que desmientan el informe, ni propuso un plan de acción para enfrentar esta debacle. Solo desconfianza, arrogancia y evasión. Y eso, precisamente, es parte del problema.

La corrupción en Bolivia no es esporádica, es estructural. Está incrustada en el corazón del Estado. El sistema ha sido diseñado para proteger a quienes controlan las instituciones, no para defender al ciudadano. Desde los niveles más altos del Ejecutivo hasta los juzgados de provincias, el soborno, el clientelismo y la impunidad se han vuelto prácticas normales. No se trata de errores aislados ni de manzanas podridas: se trata de una lógica de funcionamiento, una cultura de poder deformada, naturalizada por años de gobiernos distintos, pero con la misma adicción al control.

Fuente: www.eldeber.com / www.infobae.com

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